domingo, 26 de junio de 2011

¡AY, AMOR, YA NO ME QUIERAS TANTO! Lucero Millán

ESTA OBRA SE ENCUENTRA DISPONIBLE

EN LA PÁGINA WEB : www.celcit.org.ar.




¡AY, AMOR, YA NO ME QUIERAS TANTO!

Lucero Millán

Personajes: F (1); M (1)
Armenio
Josefina

Vagón de tren. Debe dar la impresión de ser un tren de hace mucho tiempo, que igual es producto de nuestros sueños o igual funciona desde siempre. Con un par de bancas y un pasillo será suficiente.

Cuando se enciende la luz está un hombre muy delgado, de unos treinta años, remendando el mismo calcetín una y otra vez. Viste de traje formal de oficina, con un planchado excesivo en la ropa. Se le nota tímido o un tanto retraído. Entra una mujer con un aire ausente, vestida con ropa típica de viaje, sin época determinada. Sobresalen unas enormes ojeras. Lleva entre sus manos un saco de tela que aprieta constantemente como si se lo fueran a robar.

Escena uno

Josefina: ¿Será que aquí se puede dormir?
Armenio: ¿Dormir?
Josefina: Si, dormir, es preciso.
Armenio: Bueno, sí, creo que sí. Cuando arranque el tren, el viaje será largo.
Josefina: Cuando dice largo, ¿a qué se refiere?
Armenio: No lo sé muy bien... Hay varias estaciones que recorrer... ¿cuando compró el boleto no le explicaron lo que duraría su viaje? El mío al menos será largo, de eso estoy seguro, así que es mejor ponernos cómodos y tal vez esperar con paciencia.
Josefina: (Después de un tiempo) ¿Cree que exista la posibilidad de alargarlo más?
Armenio: (Con timidez y cierta molestia) ¿Cómo dice?
Josefina: Que si cree que existe la posibilidad de alargarlo más.
Armenio: ¿Alargarlo mas? ¡Qué pregunta mas extraña la suya!, aunque habría que ver el ánimo…
Josefina: ¿De usted?
Armenio: ¡Oh, no!, por supuesto, del conductor,… ¡qué pregunta, señora!
Josefina: Entiendo, mientras más grande más largo.
Armenio: ¿Más grande qué?
Josefina: El desánimo....
Armenio: ¡Vaya! ¡Qué manera de hablar! (Silencio, él sigue cociendo su calcetín, oculta su rostro, de vez en cuando levanta la mirada para ver que hace ella.)
Josefina: (Intentando ser amable) Hace calor, ¿no?
Armenio: (Molesto) Sí. (Se levanta y se cambia de asiento) ¡Y también hay ruido! Pensé que aquí iba a ser diferente, pero ¡qué va! Siempre es igual, igual.
(Ella se voltea y dándole la espalda empieza a sacar diferentes cosas de su saco, las saca y las vuelve a meter, de vez en cuando las deja caer sobre él, se arrepiente y las vuelve a meter, cuando lo cree conveniente usa el bulto como si fuera almohada).
Josefina: Permiso, permiso… rosa para Aurora, verde para Valverde, azul para Jesús… (Armenio se siente incómodo, la mira un rato y después se traslada nuevamente de asiento.). No, no es así, azul para Jesús, Amarillo para el niño…. (Hace un bulto e intenta dormir.)
Armenio: Disculpe, ¿qué lleva ahí?
Josefina: Me parece que apenas lo conozco, digo, yo no le he dado motivos para intimar conmigo, ¿no le parece?
Armenio: Si, tiene usted razón, soy un tanto atrevido. Es solo que me llamó la atención la manera tan especial de relacionarse con sus cosas.
Josefina: (Silencio. Ella se muestra reservada, él continúa en lo suyo. Cuando el se muestra desinteresado, ella busca la manera de llamar su atención) Cargo todo lo que me pertenece, no es mucho, pero es lo único que tengo. Tan solo son,… (Pausa larga) mi madre, mi padre, mis libros, mis desgracias y mi país.
Armenio: Habla usted como si fuera un libro. (Transición) ¿Quiere que le ayude?
Josefina: No podría.
Armenio: ¿Por qué?
Josefina: Correría el peligro de hundirse con ellos y… (Transición) Sabe, no ha sido fácil para mí adquirir éste boleto. Me ha costado muchas lavadas de ropa para recoger las quinientas estampillas que se necesitaban para participar en el concurso. Es todo lo que en la vida he querido realizar: este viaje.
Armenio: ¿Es usted ama de casa?
Josefina: Eso mismo, pero al revés.
Armenio: ¿Cómo así?
Josefina: La casa es mi amo.
Armenio: ¡Vaya! ¡Qué manera de hablar! Habla como en los libros.
Josefina: ¿Cómo así?
Armenio: No sé, como en los libros, como no se habla en la vida real. ¿Lee usted mucho?
Josefina: Se refiere usted a… ¿leer?
Armenio: Si, claro, a leer, a poner los ojos sobre un pedazo de papel ¡y leer!
Josefina: Bueno, viéndolo así, pues se podría decir que sí, que leo pero no sobre un pedazo de papel, sino debajo de él. Si no tengo el libro, me lo imagino, si veo a una persona, no veo a la persona sino su pensamiento, si veo un periódico, me dan ganas de llorar al imaginarme la tragedia que hay detrás de cada noticia,… es una forma de leer, ¿no? A veces releo y releo los mismos libros, (le enseña los que tiene) tengo dos, éste lo leo por las mañanas y éste por la noches, a veces leo los dos al mismo tiempo, es divertido. (Después de un tiempo) Es lindo viajar, ¿cierto?
Armenio: Depende de cual sea el objetivo del viaje.
Josefina: Entiendo yo que el objetivo del viaje es llegar a un destino, ¿no?
Armenio: No necesariamente. Sucede algunas veces que el objetivo es justamente interrumpir el llegar al destino final, quedarse a mitad del camino.
Josefina: ¿Que sentido tendría quedarse a mitad del camino?
Armenio: No lo sé muy bien, tal vez divertirse un poco, tener un motivo por el cual seguir viajando. (Silencio) Y a dónde viaja usted?
Josefina: Lejos, muy lejos, donde pueda dormir.
Armenio: ¿Cuánto tiempo tiene sin dormir?
Josefina: Lo que se dice dormir, dormir, como veinte años, no, tal vez estoy exagerando, como unos catorce años más o menos.
Armenio: ¡Tanto así! (Se ríe) Disculpe, disculpe, es que habla usted de una manera... ¿No será usted literata? ¿O escritora? (Ella lo mira con desconfianza). Yo, en cambio, duermo como un tronco, me digo: Me voy a dormir, tengo sueño y ¡zas!, como si nada, me duermo profundamente, y así como me duermo me despierto, en cuanto abro los ojos estoy de pie y con la energía suficiente de un toro.
Josefina: ¿Y? ¿Qué se siente?
Armenio: ¿Que se siente qué?
Josefina: ¿Que se siente ser un toro?
Armenio: ¿Un toro?… Nada.
Josefina: ¿Nada? (Reflexiva) Mi abuela decía que la nada es lo más parecido al placer. Pero que solo los estúpidos viajaban por ese país. Es decir que solo los estúpidos sienten placer. Dijo usted nada, ¿verdad?
Armenio: Si, eso dije. (Pausa) Debe ser un poco difícil estar tanto tiempo sin dormir, debe ser algo así como un sentimiento muy somnífero.
Josefina: Pues viera que no, una se acostumbra a todo. Al principio es difícil porque una no sabe que hacer con ese tiempo muerto, como de luto, y ese silencio que te mata, pero después aprendes a deambular con los insectos, especialmente con los grillos. Ellos gritan toda la noche en busca de su amada, que nunca encuentran por supuesto, pero al menos se entretienen en algo, ¿no cree? Como usted, con ese calcetín que no deja de remendarlo. ¿Por qué lo cose y lo recose?
Armenio: Para que me ayude amarrar bien mis pies.
Josefina: ¿Cómo así?
Armenio: Es que... cada vez que pienso que están bien cosidos y me bajo del tren, los dedos de mis pies terminan rompiendo nuevamente los calcetines. (Josefina se sorprende). Siempre tuve unos dedos de los pies muy grandes, especialmente el índice. No he podido encontrar calcetines fuertes, a mi medida, por eso yo les doy una buena recosida. Mire usted, yo soy agente viajero y cuando llego a una estación, solo basta que se abra la puerta del tren para que la memoria acuda a mí y me vuelva un tanto torpe. Es como si mi mente quemara lentamente mis mejores intenciones. Es entonces cuando mis pasos van perdiendo lentamente un poco de fuerza por aquí, otro poco de fuerza por allá...
Josefina: (Continuando el diálogo) A medida que avanza deja caer la prudencia, el orgullo, el abrigo, las maletas...
Armenio: (Sorprendido) Lo dice usted mejor que yo. ¿No quiere escribirme un poema? Pero es justo así, como usted lo dijo, por eso tengo que remendar bien mis calcetines. Póngase aquí, paradita, (Ella lo sigue) bien, muy bien. Vamos a suponer que usted es la señorita dignidad.
Josefina: (Jugando) ¡Soy la señorita dignidad!
Armenio: Muy bien, muy bien, por lo tanto si usted es la señorita dignidad, sus pies son los que sostienen su dignidad, ¿cierto?
Josefina: ¡Cierto!
Armenio: ¿Qué pasaría si los dedos de sus pies rompieran sus calcetines porque no están bien cosidos?
Josefina: Mi dignidad quedaría… In… vá… li… da…
Armenio: Bien, muy bien, ahora entiende por qué debo de coser bien mis calcetines.
Josefina: (Ella no contesta. Toma su bulto y lo coloca como si fuera almohada, se acuesta sobre él. No logra acomodarse, se cambia de lugar y coloca el bulto de otra manera e intenta seguir acostándose. Al cabo de un tiempo). ¿Adónde viaja usted?
Armenio: No lo sé con exactitud, a un lugar que me reciba.
Josefina: Todos los lugares te reciben, ¿no es así?
Armenio: No, no es así, no todos te reciben. O dicho de otra manera, no todos te reciben como vos sos.
Josefina: ¡Ah! Qué pena… yo en cambio estoy dispuesta a recibir a cualquier lugar como él es.

El tren se para. Se escucha una voz en off que dice “Estación Miraflores”. Josefina se levanta, inquieta y empieza a caminar de forma nerviosa. Abre su saco, saca un elemento, lo mira, lo vuelve a guardar. Se asoma por la ventana.

Armenio: (Transición a Josefina y con timidez) Disculpe mi curiosidad, pero ¿podría mostrarme algún objeto que usted identifique con algún pariente suyo, tal vez con su madre? Me gusta eso de ver fotos, recordar…
Josefina: ¿Cómo dice?
Armenio: Que si me enseña algo de su madre. Para darme una idea...algo de su saco, cómo es eso de que va cargando con ella, no lo entiendo muy bien.
Josefina: ¿Por qué tendría que hacerlo? Digo, nuevamente me parece un tanto atrevido de su parte.
Armenio: Tiene razón, es solo que usted me inspira confianza y la vida a veces es tan aburrida…
Josefina: No lo sé, es que apenas nos conocemos. Se toma usted unas libertades… Son cosas muy personales. Y aunque yo parezca otra cosa, soy una persona muy recatada.
Armenio: Nuevamente tiene usted razón. Disculpe. (Se levanta, camina entre los asientos como si buscara algo)
Josefina: ¿Qué busca? (Armenio guarda silencio y sigue buscando) ¿Qué busca? (El lo hace con mas insistencia) Por favor, ¿que busca?
Armenio: Es un poco difícil de explicar. Tal vez en otra ocasión, es que apenas nos conocemos… (Él sigue buscando)
Josefina: (Ella saca un huevo duro, lo pela.) ¿Quiere?
Armenio: No, gracias, estoy ocupado. (Sigue buscando)
Josefina: También tengo una zanahoria, ¿le apetece?
Armenio: (Distraído) No, gracias.
Josefina: ¿Tal vez un poco de agua de limón?
Armenio: (Serio) No, gracias, no ve que estoy muy ocupado. ¿No lo ve? ¿No lo ve? (Se va poniendo mas nervioso) Pero esta usted ciega para no darse cuenta que justo lo que estoy haciendo es buscar algo. ¿No lo vé? ¿No lo vé?
Josefina: Está bien, esta bien, pero con una condición: Yo le muestro algo de mi madre si usted me dice que es lo que busca.
Armenio: No, no puedo hacer ese trato.
Josefina: ¿No?
Armenio: No.
Josefina: (Cambiando de estrategia) Al menos podría hablarme de sus recuerdos más amables.
Armenio: ¿No le parece que mostrarle mis recuerdos más íntimos es un asunto muy personal?
Josefina: Bueno, si, en cierta forma tiene usted razón, es solo que pensé que….
Armenio: Pues pensó usted mal. (Silencio, transición) Pero en señal de mi buena voluntad… Espere un momento (saca un papelito de su bolsillo, lo lee, piensa) trato hecho. Usted me enseña algo de su madre y después yo le enseño mi lista de afectos.
Josefina: (A Armenio, con entusiasmo) Cierre los ojos y déjese llevar por el ruido del tren.
Armenio: ¡Me da pena!
Josefina: Vamos, cierre los ojos.

Los dos cierran los ojos se intensifica el ruido del tren. Hay transición de luz. En ese otro espacio y tiempo del mismo tren se estarán escenificando diferentes escenas de los dos personajes. En este caso, ellos mismos haciendo los roles de madre e hija. La madre esta sentada a la orilla de una ventana, la hija carga algunas maletas de viaje.

Escena dos

Madre: ¡Ay! ¡Qué cansada estoy, ay, ay! ¡Y este viaje tan largo! ¡Nadie me ayuda en nada, una tiene que ocuparse de todo, ay! ¡Me muero! ¡Ay me muero, ay! ¡Qué cansancio!
Hija: ¡Qué te traigo, mamita? ¿Te duele algo?
Madre: ¡Ay me muero! Pasáme el vic-vapo-rub, me ayudará un poco. (La hija se lo pasa) ¡Ay que dolor de piernas! Nunca la dejan descansar a una. Cerráme la ventana.
Hija: La tenés a un lado, mamá.
Madre: ¡Cerrámela! (La hija con esfuerzo lo hace)
Hija: Ya está, Mami.
Madre: ¡Ay!, ¡ay! Y ahora que lleguemos la misma historia de siempre, la casa botada, las cazuelas sucias, el haragán de tu padre pegado a su botella y a sus queridas. Ay, que cansada! Nadie me ayuda. ¡Pero a mi no me importa ya nada! ¡Cada cual que se las arregle como pueda, después de todo, quien se ocupa de mí!
Hija: (Después de un tiempo) ¿Viste mis notas, mamá?
Madre: Pero eso sí, un día voy agarrar mis cosas y me voy a ir solita por ahí a descansar, aunque sea en un rancho perdido.
Hija: ¡Viste mis notas, mamá?
Madre: ¿Cuáles notas?
Hija: Las de la secundaria, mamá, fui la mejor alumna éste año.
Madre: (Sin darle mucha importancia) ¡Ah! ¡Qué bien, mi muchachita, qué bien! ¡Ay! ¡Qué cansada estoy! (Silencio. Transición de la hija)
Hija: Mamá, desde hace tiempo he querido hacerte una pregunta pero me da mucha pena hacértela, ¿podría?
Madre: Claro, hija, pero apresúrate un poco, que me duelen las piernas y aún nos falta mucho por recorrer. Cómo te decía, puede ser el rancho de tu tío José, no es gran cosa, pero al menos estaré tranquila por un tiempo, sin nadie que me moleste.
Hija: Mamá, te hice una pregunta.
Madre: Ah si, hijita, discúlpame. Hacémela.
Hija: (Después de un tiempo) ¿Por qué nunca me abrazaste?
Madre: ¡Qué pregunta más rara, niña! Pero por supuesto que si te he abrazado.
Hija: No, mama, nunca lo has hecho.
Madre: ¿No?
Hija: No. ¿Por qué?
Madre: (Pensativa) No lo sé.
Hija: Solo hubiera bastado con un instante de tu tiempo.
Madre: Quizá porque nunca me enseñaron a hacerlo.
Hija: Bastaba con que me miraras para que aprendieras a hacerlo.
Madre: No estaba programada para eso.
Hija: En cambio yo, estaba programada para amarte.
Oscuro.

Escena tres

Josefina: Esa es mi madre, ¿qué le pareció?
Armenio: No lo sé muy bien. Diría que necesitaba anteojos para poder vivir. (Percatándose) Ahora estoy hablando como usted.
Josefina: Eso mismo pensé yo... Cuando ella necesitaba leer algo y si vos estabas cerca, tomaba los anteojos más cercanos, aunque no fueran de ella y sencillamente se los ponía. Yo me reía mucho porque pensaba que cada episodio de su vida lo miraba de acuerdo a la graduación de los anteojos que le tocara tener en ese momento…. Pobrecilla, debí regalarle unos anteojos de su medida. Y ahora le toca a usted.
Armenio: (Nervioso) ¿A mí?
Josefina: Si, a usted. Iba a hablarme de sus recuerdos más amables.
Armenio: Está bien, pero por favor no vaya a burlarse.
Josefina: Sería incapaz de algo semejante. Lo escucho.
Armenio: No sé por donde empezar.
Josefina: Pues por el inicio.
Armenio: Y cuál es el inicio?
Josefina: Pues el inicio, es el inicio, es lo primero que se le ocurra.
Armenio: Bueno, bueno, recuerdo que cuando era niño, tuve una amiga que se llamaba Anita, me acariciaba la cabeza y decía que mi pelo era bonito.
Josefina: ¿Ah, si?
Armenio: Si. Era un pelo suavecito, lleno de rulos que caían sobre mis hombros.
Josefina: ¿Y…?
Armenio: ¿Y qué?
Josefina: ¿Y qué más?
Armenio: Y… pues, déjeme ver, después, conocí a una señora que vivía enfrente de mi casa. Ella me pidió que cuidara de su gato, decía que nadie lo hacía mejor que yo. Ella decía: ¡Que bien cuidas a mi gato! ¡El gato estará muy contento con vos! ¡Hasta pareces un cuida gatos!
Josefina: ¡Aja!.... y….
Armenio: Y pues, qué más, qué más, con el tiempo tuve una novia que decía que algún día me amaría. Sin embargo después conocí a alguien que me besó. Viera qué beso, yo era un poco torpe y no supe cómo reaccionar.
Josefina: ¡Ah! ¿Entonces?
Armenio: Luego… luego…. (Pausa, largo silencio) Recuerdo que cuando era niño, tuve una amiga que se llamaba Anita, me acariciaba el pelo y decía que mi pelo era bonito…. ¿Eso ya lo dije?
Josefina: Creo que sí.
Armenio: Entonces, eso es todo.
Josefina: ¿Eso es todo?
Armenio: Si, todo. Usted me prometió que no se burlaría.
Josefina: Claro que no lo haré, es solo que me sorprendí.
Armenio: ¿De la escasez?
Josefina: No, de… olvídelo, no tiene ninguna importancia. (Saca un espejo de su bolsito personal, después un pañuelo y se limpia la cara con insistencia). Dígame una cosa, ¿mi cara esta maquillada de barro?
Armenio: No, ¿por qué?
Josefina: Porque aun respiro polvo.
Armenio: ¡Ah! (silencio)
Josefina: El tren está en marcha, ¿cierto?
Armenio: Cierto. Oiga, me acabo de acordar de otro afecto.
Josefina: ¿Ah, sí?
Armenio: Si. ¿Se lo digo?
Josefina: Claro, por supuesto, lo escucho.
Armenio: Era un afecto con las nubes. A veces, cuando salía muy temprano de mi casa para ser de los primeros en llegar a la estación del autobús para ir a mi trabajo, las nubes estaban tan bajas que daban ganas de tocarlas, pero al mismo tiempo esa cercanía me espantaba porque me dejaba casi sin respiración y me daba miedo de no poder continuar. Era entonces cuando seguía caminando y me imaginaba que lograba traspasarlas y colocarme encima de ellas como si fueran un colchón. Desde ahí saltaba, saltaba tanto que disfrutaba enormemente esa sensación de libertad. Pero a veces las nubes estaban tan bajas, tan bajas, que también me daban unas ganas enormes de llorar. Entonces pensaba que de las nubes se desprendía un rocío que se posaba sobre mi rostro y como si yo fuera una flor, el agua se deslizaba suavemente sobre mi cuerpo, como si mi cuerpo entero llorara. Lloraba mi cara, mis brazos, mi pelo, mi cuello, mis piernas…. Pero no eran lágrimas sino rocío.
Josefina: Entonces el afecto era con el rocío.
Armenio: No, era con las nubes porque sin nubes no hubiera conocido el rocío.
Josefina: ¡Que bonito!...A mi también me gustaría conocer el rocío... (transición) ¿Se puede ver algún paisaje? ¿Podría decírmelo, por favor?
Armenio: (Asomándose por la ventana) Aún no, pero estoy seguro que pronto aparecerá con la luz del amanecer. Esa es la hora que más disfruto del día.
Josefina: Ah sí, ¿por qué?
Armenio: Porque la mayoría de la gente está durmiendo. Nada es más hermoso que el silencio… Sabe, yo también tuve una madre, pero a diferencia de la suya ella no era un carga para mi, ella cargaba con la presencia de mi padre....
Oscuro.

Escena cuatro

Entra una mujer al vagón del tren, está recién bañada con vestido nuevo y una torta en las manos. La espera sentado un hombre con aspecto rudo y vestido de militar.
Padre: ¡Pareces una puta, quítate ese maquillaje de la cara!
Mujer: ¿Te parece, Joaquín?
Padre: Te lo estoy diciendo, ¿no? ¿Y no pudiste encontrar un vestido más feo que ese? Cámbiate de ropa, si no, no te llevo, que van a decir mi madre y mis hermanos cuando te vean. ¡Cámbiate ya o si no te bajas en la próxima estación!
Madre: ¡Me esmeré tanto en arreglarme, Joaquín, por vos! Este vestido me lo hice yo misma, me costó tanto trabajo. La tela la tengo guardada desde hace tiempo y el diseño lo tomé de una revista de modas.
Padre: No me estas oyendo, pareces una mujerzuela barata. Querés enseñar todo, ¿verdad? (Le baja el vestido y queda con los pechos al aire). ¿Así querías estar? ¡Enseñándolo todo! ¿Así querías estar?
Madre: (Llorando) No, Joaquín, ¡no quería estar así! ¡Quería estar linda para vos! (Sigue llorando).
Oscuro

Escena cinco

(Josefina se encuentra escribiendo en un papel viejo y arrugado, el camina de un lado a otro)
Armenio: Oiga, a propósito, ¿cómo es que no nos habíamos conocido? Su cara me resulta familiar, casi podría jurar que nos hemos visto pero no estoy seguro. ¿Usted vive en San Juan de Atitlán?
Josefina: Vivía hasta hace unos instantes que decidí subirme a este tren.
Armenio: ¿En la calle San Lorenzo?
Josefina: ¡No soy la que está pensando! (Ella continúa escribiendo en el papelito)
Armenio: ¿Número 113?
Josefina: Insisto, me está confundiendo.
Armenio: ¡Caramba! ¡Si que es pequeño este mundo! Pues de pronto llegué a creer que habíamos sido vecinos durante años y que nos conocíamos. Que yo vivía justo enfrente de usted y todos los días nos cruzábamos cuando yo salía a tirar la basura.
Josefina: (Ella cambia la intención) ¿No escucha ruidos?
Armenio: (En actitud de escuchar) Solo escucho el ruido del tren.
Josefina: Ponga mucha atención, si lo hace descubrirá los sonidos que se ocultan.
Armenio: (Sigue escuchando) El ruido del tren, el del viento y el de un niño jugando a lo lejos quizás.
Josefina: Ponga mucha atención y lo escuchará.
Armenio: No escucho nada.
Josefina: (Tapándose los oídos) Escuche bien, puede ser ensordecedor. (Ella saca un diario personal y lee) “El vuelca toda su furia contra ella y ella siente que merece una paliza tras otra. No hay látigo ni tortura posible que calme su vergüenza de intentar ser ella misma, Créame, no lo hay. Cuando se queda sola con su desprecio, se desnuda, se limpia, se cambia de ropa, se peina, se maquilla, entonces esta lista para volver a recibir el castigo. Al otro día recorre sus propios pasos, recoge sus vergüenzas y se lanza al vacío. Ojalá algún día sus ojos recobren el brillo que algún día tuvieron.”
Armenio: Oiga, ¿de quién es ese texto? No se oye muy alegre que digamos. ¿De cuál de los dos libros es ese texto?
Josefina: No es de ninguno de ellos. Es un texto que acabo de escribir sobre ella.
Armenio: ¿Quién es ella?
Josefina: Ella, su vecina.
Armenio: ¿Cuál vecina? ¿De que me está hablando?
Josefina: Pues de su vecina, la que vive en la calle San Lorenzo.
Armenio: ¿Pero qué sabe usted de ella?
Josefina: Pues nada y todo. Sólo es cuestión de apreciación.
Armenio: La recuerdo perfectamente todos los días caminando sobre la misma acera, una y otra vez, llegaba a la esquina y se regresaba para volverse a ir. Pensé que estaba loca y le confieso que llegue a sentir repulsión hacia ella, y seguro era una buena persona, como usted. ¿Por qué caminaría de esa manera?
Josefina: Tal vez estaba entrenándose.
Armenio: ¿Para qué?
Josefina: Para agarrar fuerzas y poder escaparse de su marido.
Armenio: ¿Cuál marido?
Josefina: El que seguramente tendría. Todas las mujeres cuando lavan los mismos platos una y otra vez, lo que es igual a decir que caminan y caminan sobre los mismos pasos, están deseando que el marido se muera para poder salir corriendo.
Armenio: Comprendo.
Josefina: Siempre sueñan con ser corredoras profesionales. Oiga, ¿apareció el primer paisaje?
Armenio: (Asomándose por la ventana) Si. Puedo ver claramente un desierto color ocre con un árbol de algarrobo en el centro. Es curioso paisaje, pero al fin y al cabo es preferible cualquier paisaje a ninguno.
Josefina: (Ella también se acerca a la ventana. Los dos quedan frente al público viendo el paisaje.) ¿Está usted loco? ¿Cómo puede ver un desierto donde hay una selva tropical?
Armenio: ¿Que está insinuando? ¡Que soy miope, o qué! ¡Cuidado con ese cóndor! ¡Vuela tan cerca y con tanta perfección que parece que viene hacia nosotros!
Josefina: ¡Pero si no es un cóndor sino una oropéndola con hermosos colores! Escuche el sonido que produce cuando alza vuelo. Difícil de describir, ¿no le parece?
Armenio: ¡No, no me parece! No me parece porque no veo ninguna selva, ni oropéndola, y mucho menos escucho ese extraño sonido del que habla.
Josefina: ¡Me esta diciendo mentirosa! ¡Eso si no se lo puedo permitir! ¡Yo no soy una mentirosa!
Armenio: No le estoy diciendo mentirosa, tal vez un poco distraída, bueno no un poco, ¡bastante! ¿Cómo es posible que no vea esas tremendas montañas y ese paisaje desértico!
Josefina: ¡Desértica será su alma! En cambio ese hermoso pájaro da vueltas, hace piruetas, juega, se divierte, se pierde y vuelva aparecer entre las ramas. El viento no le estorba, solo lo mece y acompaña.
Armenio: Ahora usted me está diciendo mentiroso a mí. Pues sepa señora, o señorita, como usted quiera llamarse, que por mucho que lo pretenda no logrará confundirme. (Mirando nuevamente el paisaje, retándola) Ahora levanta vuelo, imponente con esas enormes alas y la mirada fija en lo que será su próxima presa.
Josefina: (Desesperada) No busca una presa sino un árbol más alto para poder hacer esos hermosos nidos que cuelgan de las ramas como lágrimas congeladas o como brazos desencajados. Como brazos desencajados…. (Transición) Usted considera que cuando una no tiene un novio, un esposo, un amante, ¿está uno desencajado?
Armenio: (Entre molesto y burlón) Se refiere a los amores, claro. Pues mire usted, si ve a los amores como ve a los paisajes, le aseguro que da igual que uno esté desencajado o no. No ha tenido suerte con ellos, ¿verdad?
Josefina: No sé si es un problema de falta de suerte o un asunto deportivo.
Armenio: ¿A qué se refiere?
Josefina: No lo sé muy bien, a mi corazón lo han golpeado tanto que está confundido pensando que el mundo es solo un ring de boxeo.
Oscuro

Armenio: Disculpe mi atrevimiento, pero ahora que me siento más en confianza, ¿podríamos imaginarnos cómo logró mi vecina decirle adiós a su marido?
Josefina: ¿Y como sabe usted que le dijo adiós a su marido?
Armenio: En realidad no estoy seguro.
Josefina: ¡Ve, es usted un entrometido! ¡Y yo diría que hasta chismoso!
Armenio: Cuando le conviene soy chismoso. Está bien, está bien, ahí la dejamos. (Silencio, visiblemente molesto)
Josefina: (Después de un tiempo) Yo si puedo imaginármela todos los días frente al espejo, a la misma hora practicando una y otra vez, la despedida. Escogiendo su ropa, lustrando sus zapatos gastados, suspirando con la partida. Sería bueno imaginársela, pero esta vez que al menos logre quebrar un plato.
Armenio: No cuente conmigo. (Los dos se levantan un tanto molestos y se van a cada extremo del vagón del tren.)
Oscuro

Escena seis

Vuelven a la luz de las transiciones. Armenio hace el papel del marido, Josefina de la esposa. Seria interesante que el tipo de interpretación en esta escena sea al estilo de las películas de Hollywod de los años cuarenta, tipo Casablanca. La escena se desarrolla en la puerta del tren.
Esposa: Creo que llegó el momento. Esta es mi estación. Me voy.
Marido: Que te vaya bien.
Esposa: Gracias.
Marido: No olvidés el abrigo.
Esposa: No lo haré. Adiós.
Marido: Adiós. Aún quedaron platos sucios en el fregadero.
Esposa: Gracias por recordármelo, pero se me hace tarde y no pienso regresar a casa.
Marido: Tenés razón. ¡Vete ya!
Esposa: Si, me voy. Adiós.
Marido: Adiós.
Esposa: Tal vez algún día nos volvamos a ver.
Marido: Tal vez...
Esposa: Adiós.
Marido: Adiós. Que te vaya bien.
Esposa: Gracias.
Marido: Adiós.
Esposa: A vos también.
Marido: ¿A mí también qué?
Esposa: Que te vaya bien.
Marido: Gracias.
Esposa: Valió la pena, ¿no es cierto?
Marido: ¿Qué?
Esposa: Habernos conocido.... y haber lavado tantas cazuelas y ollas y tazas y....
Marido: Bueno, según como lo veas. La verdad que nunca aprendiste a lavarlos bien.
Esposa: Adiós.
Marido: Pensemos que sí.
Esposa: ¿Si qué?
Marido: Sí valió la pena, especialmente cuando se volvían a usar y estaban limpios sobre el fregadero, para después volverse a ensuciar.
Esposa: Sí... (Silencio) adiós.
Marido: Adiós.

Esposa sale.

Marido: ¡Espera!
Esposa: Ya es tarde. Adiós. (Ruido del tren arrancando).
Oscuro

Escena siete

Ambos: ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Se fue, se fue!
Josefina: (Percatándose) Pero ella no quebró ningún plato.
Armenio: Tiene usted razón. Tenemos que regresar.
Josefina:No hace falta. (Saca de su saquito un plato y lo quiebra con fuerza) Ya está, era lo que me quedaba de mi madre.

Se escucha una voz en off que dice ¨Estación Cienfuegos¨

Armenio: (Recogiendo sus cosas) Ha sido un placer conocerla. Le agradezco mucho su compañía.
Josefina: (Desconcertada) ¿Cómo así? ¿Se baja usted? Pensé que continuaría el viaje conmigo.
Armenio: Lo siento mucho. Pero es preciso que prosiga mi camino.
Josefina: O sea, seguir buscando y remendando su calcetín.
Armenio: Usted lo ha dicho. Le deseo que finalmente encuentre un lugar plácido y tranquilo que le permita tener muchos sueños.
Josefina: Pues si no hay nada que hacer, que le vaya bien. También para mí ha sido un gran placer conocerlo. (Se despiden, Armenio baja. Ella está muy triste, muy triste, se asoma a la ventana, El tren se pone nuevamente en marcha.)
Oscuro.
Ella se sienta lentamente. Se percata que tiene un pequeño agujero en su media, se la quita, busca hilo y aguja en su saco de tela y empieza a coserla. Se escucha una voz en off de una anciana. Cambio de luz.

Escena ocho

Abuela: Con los hombres hay que tener mucho cuidado mi niña. Si una se descuida a ellos les crece una cosa muy dura entre las piernas, una cosa tan dura que no hay manera de hacerla entender. Te persigue, te hostiga, te presiona, hasta que logran que una quede así, totalmente con las carnes al aire, sin ninguna protección. Cuando a los hombres les agarra esa especie de agitación, los hombres se vuelven malos, como diablos diría yo. Los ojos les brillan y les sale fuerza por todas partes, es tanta su fuerza que parecen caballos desbocados, no miran a nadie, ni nada, solo la mirada del deseo que te sigue persiguiendo. Lo sabré yo… que muchas veces fui presa de ese terrible mal. ¡Ay, mi niña!, cómo podremos hacer para que vos no caigás en ese embrujo maldito de los hombres. Es que a veces, no se sabe ni por qué, de pronto les agarra eso. Una puede estar tranquila, conversando con ellos como personas decentes, pero de pronto el brillo en los ojos, la energía que te mata, el aliento que se acerca, la fuerza que les aparece, y la cosa esa dura, que empieza a crecer y a crecer, cada vez más dura que parece que te va atravesar todita. Y eso que no nos damos cuenta que también cambia de color, si la vieras mi hijita, vos te morirías, se pone tan roja, tan roja, que parece sacada del mismito infierno.
Oscuro

Josefina suspira al terminar de recordar a su abuela. Ruido de freno del tren. Voz en off que dice “Estación San Bernardo”. Sube Armenio, pero ahora luce diferente. Viene cargando un par de maletines. Se le ve más animoso y distraído al mismo tiempo.

Escena nueve

Armenio: ¿Le duele la cabeza? ¡Dolorelax es la solución! ¿Está cansado por la jornada Intensa de trabajo? No se preocupe, le tenemos su solución: “Vitaminas Forte-vida” solo basta un par de tomas y se sentirá como nuevo. ¿Le duelen las canillas? “Canillín” le alivia el dolor de manera instantánea. Tiene calenturas, está decaído, le ha picado un mosquito: “Denguín” le resuelve su problema de manera inmediata, solo necesita tres aplicaciones y usted estará reestablecido. (Hacia Josefina) Señora, ¿necesita usted pomada para la alergia? ¿Desinflamatorio para las articulaciones? ¿Crema concha nácar para las manchas de la piel?
Josefina: Armenio, ¿cómo le va?
Armenio: Disculpe, señora, pero creo que me está confundiendo. Digo, es que no han tenido la dicha de presentarnos.
Josefina: ¡Ay, Armenio! ¡No se haga el desentendido!
Armenio: Disculpe, ¿nos conocemos?
Josefina: Pero si estuvimos conversando largamente hace un par de horas, antes de que usted se bajara en la estación Cienfuegos, ¿no lo recuerda?
Armenio: No señora, no lo recuerdo, creo que me está confundiendo.
Josefina: No, no lo creo, hasta nos imaginamos juntos a su vecina cuando se despidió de su marido. ¿No lo recuerda?
Armenio: ¿Vecina? ¿Cuál vecina? Señora, lo que usted necesita son unas gotas matutinas que le ayudarán a limpiar su memoria. Con los años suele suceder que uno no solo tiende a olvidar ciertos capítulos importantes de nuestras vidas, sino que ante la ausencia de esos momentos desmemoriados uno los cubre con fantasías, con imágenes recreadas, con cosas que no vivimos pero que nos hubiera gustado vivir, con hazañas que no fuimos capaces de realizar, con impulsos que retuvimos por falta de coraje, con las ganas de darle continuidad a algo que no dijimos, que lo pensamos pero no lo dijimos, alguna palabra retenida justo ahí entre los dientes, pero que no fuimos capaces de decirla. Entonces inventamos la realidad y a veces hasta la soñamos. Pero no se preocupe señora, ¿cómo es que se llama?
Josefina: (Muy seria) Josefina.
Armenio: ¡Josefina! Bien, muy bien, bonito nombre. José…. Fina, fina, finísima de José. ¿Algún pariente suyo se llamaba José?
Josefina: (Continúa seria) Ninguno.
Armenio: ¡Tanto mejor! A usted le tocó el honor de estrenar el nombre, es usted una iniciadora, se ha ganado un gran premio: “Memoril” para que pueda combatir esos sueños que la atormentan y no esté cambiando tanto la realidad. ¡Tontona! ¡No vaya a confundirse usted, mire bien, que no estoy diciendo tetona! El respeto a la mujer es lo primero, lo primero, antes morirme que irrespetar a una mujer. A una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa. Rosa de mis amores, rosa, rosita, color de rosa, (saca una pintura de labios) pintura de labios de color rosa para sus labios rosados, le quedarán radiantes, carnosos, brillantes, aromáticos, antojadizos, suaves, esplendorosos. Por tan solo tres pesos cincuenta.
Josefina: No me interesa.
Armenio: ¿Falta de interés? ¿Desgano? ¿Apatía? No pierda su tiempo: “Aceite de hígado de bacalao” excelente para levantar el ánimo en un dos por tres. Más tarda usted en tomarlo que el jarabe en levantarla como si fuera un milagro, todo le parecerá diferente, los colores serán más intensos, el sol calentará con mayor energía, tendrá ganas de comer, de brincar, de bailar….cha, cha, cha.
Josefina: (Visiblemente molesta) Podría dejarme en paz, por favor.
Armenio: Paz… tranquilidad interior, tome…
Josefina: (Gritándole) ¡O me deja en paz o llamaré a seguridad!
Armenio: Está bien, está bien, disculpe.

Silencio.

Josefina: Le compro sus zapatos. Por favor, enséñemelos.
Armenio: Señora, mis zapatos no están en venta, en cambio si lo que necesita usted son un par de pantuflas italianas…
Josefina: No, necesito que me enseñe sus zapatos. (El se los quita de mala manera. Al quitárselos nos percatamos de que uno de sus dedos sale del calcetín.) Tiene roto el calcetín, ¿ya se dio cuenta?
Armenio: ¿Cómo dice?
Josefina: Que si ya se dio cuenta que uno de sus dedos ha roto su calcetín.
Armenio: (Percatándose) ¡Ay, Dios mío! Tiene usted razón.
Josefina: (Riéndose) Discúlpeme, ya se me pasará.
Armenio: Le parezco gracioso ¿verdad? Es que acaso soy un payaso, ¿o que?
Josefina: No, no, discúlpeme (tratando de controlar la risa) ya se me pasará. ¿Ya se acuerda usted de mí?
Armenio: ¿Vive usted en la calle San Lorenzo?
Josefina: No.
Armenio: ¡Casa número 113!
Josefina: No.
Armenio: De casualidad ¿no sale usted a caminar todas las mañanas?
Josefina: ¡Me está usted confundiendo!
Armenio: (Apenado) Por supuesto, usted es la mujer que se parece tanto a la que era mi vecina en la calle San Lorenzo. Es increíble, se parece tanto a usted. Si usted no me lo dice, casi podría jurar que usted es ella.
Josefina: No me cambie de tema, por qué se hacía el que no me conocía.
Armenio: Bueno, no es exactamente así, lo que sucede es que... (Voltea misterioso) ¿No hay nadie por aquí cerca?
Josefina: No, ¿por qué?
Armenio: No, no por nada (continua volteando, en susurro) Las instrucciones que hemos recibido es que... entrar en confianza con los posibles clientes, oiga, ¿no escucho un ruido extraño?
Josefina: No, ¿por qué?
Armenio: No, no, por nada. Le decía que entrar en confianza con los clientes puede ser muy peligroso. ¿Está segura?
Josefina: ¡Que si! ¡Que no hay nadie!
Armenio: Las instrucciones son muy precisas.
Josefina: Las instrucciones de quién?
Armenio: De los jefes, (bajito) están en todas partes.
Josefina: ¿Ah, si?
Armenio: Si.
Josefina: ¿A qué se refiere con peligroso?
Armenio: Al conocer digamos más… íntimamente a alguien, se corre el riesgo de que nos podamos ablandar, y entonces al estar ablandados no estaremos preparados para poder vender. Y aunque éste vagón esté prácticamente vacío, nunca se sabe dónde puede haber algún espía. Y eso de quedarse sin trabajo es algo muy serio. ¿No le parece?
Josefina: Es por eso que usted pierde con frecuencia la memoria.
Armenio: Por eso y por otras cosas más.
Josefina: (Resentida) ¿Yo le parezco una persona peligrosa?
Armenio: (La observa cuidadosamente). Camine un poco para allá. (Ella lo hace) Dése una vueltecita. Muy bien, muy bien.
Josefina: Dígame entonces.
Armenio: ¿Quiere escuchar la verdad?
Josefina: Se lo estoy preguntando, ¿no?
Armenio: Bastante peligrosa, especialmente cuando mira de esa manera tan desválida.
Josefina: (Se levanta, mira a la ventana, está triste) Esos tejados parecen arañados por la tarde. Y esa nube de polvo parece arrastrar todo vestigio de.....
Armenio: (Acercándose a la ventana) Esperanza.
Josefina: ¿Dijo esperanza?
Armenio: Si, dije esperanza.
Oscuro

Escena diez

Mismo tren. Entra una mujer de unos cuarenta años corriendo por el pasillo, se le ve nerviosa y asustada. La acompaña un joven.

Mujer: ¡Vení rápido! ¡Sentáte aquí!
Joven: ¿Crees que nos encuentre?
Mujer: ¡Calláte! ¡Nos puede oír! (Se sientan en un rincón del tren)
Joven: ¡Ya verás, mamá, que todo será diferente! Cuando lleguemos, podremos empezar una nueva vida. Te haré galletas de avena por las tardes cuando regrese de la escuela, al acostarte te contaré un cuento y te leeré mis poemas. ¡Ya verás mamá, que todo va hacer diferente! Ya no tendrás que preocuparte por los gritos, ni los golpes sobre la mesa, ni los zapatos sucios sobre el pasillo, ni la mirada turbia y el aliento alcohólico. Estaré yo madre, a tu lado, cuidándote.
Mujer: Gracias, hijo, escucharte me da una gran tranquilidad.

La mujer se levanta con mucho cuidado, se le cae un paquete que lleva en las manos, se asusta, lo recoge torpemente, se asoma a la ventanita interior que colinda con el otro vagón, regresa corriendo a sentarse.

Mujer: ¡Ahí está! ¡Dios mío, ahí está!
Joven: ¡Pero como pudo subirse! ¡Ya había arrancado el tren!
Mujer: ¡No lo sé! ¡Esta vez me va a matar!
Joven: Tal vez se devuelve, mamá.
Mujer: ¡Ahí viene! ¡Tenés que hacer algo! ¡Se acerca! ¡Se acerca! Hijo, por favo,r no vayas a permitir que me vuelva a golpear. Tengo miedo, por favor hijo, ¡tenés que hacer algo!
Joven: ¡Llamaré a seguridad!
Madre: ¡No hay seguridad! ¡Dios mío, está acercándose! (Jala el freno de emergencia y hace parar el tren. Se baja. Al bajarse se le cae el sombrero)
Joven: (Gritando desde la ventana, viendo la escena) ¡Dejála en paz, cabrón! ¡Dejála en paz! ¡No, por favor, no le hagas dañoooooooooooo! ¡Madre! ¡Corré, mamá! ¡Corré!
Madre: (Off) ¡Hijo, ayudáme, ayudáme! ¡Ay! ¡Ay!!
Joven: ¡Soltála, imbécil, soltála! (Sigue gritando a medida que va quedando paralizado).
Oscuro

Escena once

Vemos a Josefina cabeceando de vez en cuando.
Oscuro

Escena doce

Armenio se levanta, baja dos escalones y se regresa. Repite la acción una y otra vez.
Oscuro

Escena trece

Se escucha el bolero “Ay, amor, ya no me quieras tanto”. Una mujer baila con un hombre de manera romántica. Hablan mientras bailan.

Mujer: ¿Algún día dejarás de quererme?
Hombre: No, nunca dejaré de quererte.
Mujer: ¿Por qué me querés tanto?
Hombre: No lo sé…. Quizá porque sos especial.
Mujer: ¿Especial? ¿Cómo así?
Hombre: Sos como sos. Auténtica, libre, sincera, independiente, segura.
Mujer: (Insegura) ¿Te parece?
Hombre: No solo me parece, sino que estoy completamente convencido. Me seduces cuando te veo trabajando en tus propios proyectos, cuando sueñas, cuando te sales por las noches a caminar libremente, cuando regresas de un viaje con una sonrisa dibujada en la cara y una pila de anécdotas en tu equipaje de mano.
Mujer: ¿De qué mujer estás hablando? ¿Estás soñando?
Hombre: ¿Por qué decís eso, mujer?
Mujer: Porque yo no trabajo sino en la cocina y en los baños de la casa, porque no camino por las noches porque si no me matarías, porque nunca he viajado más lejos que al supermercado y la dry’clean.
Hombre: No juegues conmigo mi amor, ni con mis sentimientos.
Mujer: Pero si yo no estoy jugando, te estoy diciendo la puritita verdad. Además, soy tan insegura, todo me da miedo. Llevo años soñando con irme de tu lado y sin embargo sigo aquí, a tu lado.
Hombre: ¡Por eso te quiero tanto mujer, te quiero tanto!
Mujer: ¡Ay amor, ya no me quieras tanto!
Oscuro

Escena catorce

Josefina: ¿Qué pasó después de aquel día?
Armenio: Nunca más la volví a ver.
Josefina: ¿Cómo así?
Armenio: Supe que estuvo muy enferma, que mi padre murió. Que ella tuvo que trabajar muy duro para asumir las deudas que el dejó. Que de tanto planchar y coser le dio una artritis primero en las manos, después en todo el cuerpo. Que esta viviendo en un cuarto muy humilde y que está muy sola.
Josefina: ¿Y por que no la visitás? Debe estar esperando por vos.
Armenio: Si, lo sé, pero no puedo, no puedo. Siento tanta vergüenza, que no puedo.
Josefina: Eras muy joven, y estoy segura que ella lo va a entender.
Armenio: No lo sé, no lo sé. No puedo entender como me quedé parado sin hacer nada, mientras veía como mi padre la golpeaba brutalmente. Cada vez que lo recuerdo me detesto mas.
Josefina: A veces el miedo nos paraliza.
Armenio: No puedo borrar la imagen de sus ojos implorándome que hiciera algo, y yo ahí parado, solo observando como la humillaba y la golpeaba. No, no, lo soporto.
Josefina: No perdás el tiempo, Armenio. Corré en la próxima estación y ve junto a ella. Después puede ser muy tarde. (Se levanta, intenta jalar el freno de emergencia.)
Armenio: (Empujándola) ¡Que hacés mujer! ¡Que hacés!
Josefina: Parando el tren para que podás bajarte a encontrarte con ella.
Armenio: No por favor, no lo hagás.
Josefina: Es tu única oportunidad. El único lugar donde uno puede recuperar su dignidad es en el lugar donde la perdió.
Armenio: Tengo miedo.
Oscuro

Escena quince

Ella cabecea, el se acerca, se sienta frente a ella.

Josefina: (Habla con los ojos cerrados) Cuando era niña, odiaba mis cumpleaños. Me sentaba en el sofá de la casa y pasaba horas esperando que mi madre se acordara de felicitarme. El día se me iba con una lentitud difícil de describir. Cerraba los ojos y los volvía abrir con la esperanza de que fuera otro día, pero el día seguía ahí y con él mi cumpleaños. Con el tiempo me encontré con el cuento de “Alicia en el país de las maravillas”. Entonces quedé fascinada, cuando descubrí que una podía celebrar su día de no cumpleaños.
Oscuro

Escena dieciséis

Armenio: Alguien decía que cada quien es dueño de su propio miedo, no recuerdo donde lo escuché, pero no tenía razón. Cuando uno tiene miedo, uno no es dueño de nada, ni siquiera de dejar de tenerlo. Uno se pregunta porque tenemos miedo, o mejor dicho a que le tenemos miedo. Solo hasta ahora lo comprendo: Sencillamente es miedo a ser rechazados. Pero si uno ha vivido con el desprecio a cuestas, sin la palabra amiga, uno se vuelve a preguntar: ¿Es que acaso existe mas rechazo que éste?
Oscuro

Escena diecisiete

Armenio entra al tren con una pequeñita torta, encima de ella una velita de cumpleaños, se dirige hacia Josefina.

Armenio: (Cantando) ¡Feliz, feliz no cumpleaños! ¡Feliz, feliz no cumpleaños!
Josefina: (Cantando) ¡A ti! ¡A mi! (transición) ¡Armenio, muchas gracias! No sabe como se lo agradezco. (Ella se levanta, le da un abrazo. Él hace lo mismo, después se acercan, se besan en los labios.)
Armenio: Disculpe, pero de pronto creí que usted y yo...
Josefina: Sos maravilloso, Armenio, pero no funcionaría.
Armenio: ¿Por qué no? Usted es mujer y yo soy hombre. Usted esta sola y yo también.
Josefina: No, Armenio, no es por ahí, yo tengo que una misión que cumplir, no puedo irme por las ramas.
Armenio: ¿Me está diciendo que soy una simple rama?
Josefina: No, le estoy diciendo que cada uno tiene que enfrentar lo que tiene que enfrentar.
Armenio: ¿Qué significa eso?
Josefina: No lo sé muy bien. Solo sé que no es con un beso suyo que yo podré deshacerme sin dolor de mi carga (señala el saco) y encontrar...
Armenio: El valor.
Josefina: ¿Cómo dijo?
Armenio: Dije el valor, el primer paso hacia…
Los dos: ¿La libertad?
Armenio: Usted lo dijo.
Josefina: Y usted también.
Oscuro

Escena dieciocho

Armenio: Sus ojos están cambiando, ahora tienen un cierto brillo.
Josefina: (Coqueta) ¿Le parece?
Armenio: Si, me parece. (Ella se levanta, toma unos anteojos, los observa. Los tira por la ventana. Sigue buscando. Encuentra un sombrero antiguo, se lo pone.)
Josefina: ¿Le gusta? ¿Es hermoso, no?
Armenio: ¿Dónde lo encontró?
Josefina: Estaba aquí, entre éstos asientos. Solo un sombrero se necesita para emprender el camino. Tenerlo sobre la cabeza acaricia los pensamientos, les da abrigo… Es cuando estamos listos para iniciar el viaje. Caminar ligeros de equipaje, fundirnos en el destino. El sombrero nos ayuda a recoger nuestras propias penas, a ponernos parches de dignidad sobre las heridas para enfrentar el camino incierto de la vida.
Armenio: ¿Por qué habla tan bonito? Como si uno leyera un libro de poesía o algo así. ¿Por qué no habla como en la vida real?
Josefina: ¿Por qué no hablo como en la vida real?... ¿Por qué?....¿Por qué?... (En la medida que va repitiendo la frase va recordando).
Oscuro

Escena diecinueve

Josefina está inquieta, es de noche, no puede dormir. Se asoma permanentemente a una ventana. Entra su marido borracho.

Marido de Josefina: ¡Josefina! ¡Josefina! ¡Ven que tengo ganas de coger!
Josefina: ¡Es muy noche y estoy muy cansada, estaba muy preocupada por vos! Porqué no me avisaste que vendrías tan tarde, pensé que habías tenido un accidente.
Marido : ¡Desde cuándo yo tengo que darte explicaciones a vos! ¡Solo eso me faltaba! ¡Ven para acá, vieja fodonga! ¡Ven que te quiero coger! (La agarra por la fuerza y la restriega contra ella. Ella se deja hacer con repulsión. La situación se vuelve patética, porque intenta tener relaciones y no puede por su borrachera).
Josefina: ¡Ahora no! Ahora no! No estás en condiciones, José. Ahora necesitás descansar. Ya mañana será otro día. (Se va a acostar)
Marido: ¡Mierda! ¡Levantáte de esa cama y dame de hartar! ¿O qué? ¿Querés que te pijée? ¿Eso es lo que te gusta, verdad? ¡Hijueputa! ¡Apuráte, mujer! ¡Parecés una estúpida cuando caminás! ¡Ya te voy a dar tu verga! Eso es lo que querés, ¿verdad? ¡Que te dé por el culo! ¡Como una perra! ¡Limpia ésta mierda de casa, levantáte hijueputa, levantáte hijueputa! ¿Qué crees? ¡Que no me dí cuenta que estabas hablando mal de mí con la putísima de tu amiga! ¿Quién sos vos para quejarte? ¿Quién sos vos? Si vos no vales ni mierda, ¿me oís? ¡Me cago de la risa imaginándote sola por la vida! ¡No llegarías ni a la esquina, cabrona! ¡Ni a la esquina, cabrona! ¡Tráeme una cerveza! ¡Y bien helada!
Oscuro

Josefina: ¿Por qué no hablo como en la vida real?.... (Cambiando de tema y entregándole el sombrero). Tenga Armenio, entrégueselo a ella, le dará gusto.
Armenio: Era de mi madre. Sí, creo que se lo entregaré.
Josefina: Es una excelente idea, Armenio. No pierda el tiempo. Yo tendré que encontrar mi propio sombrero.
Armenio: Adiós.
Josefina: (Le da un beso) Adiós.
Oscuro

Escena veinte

Josefina saca diferentes cosas de su saco, las observa, las sacude, las limpia, las coloca sobre los asientos. Después camina lentamente a un asiento, empieza a dormir, con un sueño ligero.
Se escuchan gritos, golpes, latigazos, chorros de agua.

Josefina: Los golpes duelen, pero el agua limpia. Desde entonces me baño tres o cuatro veces al día y tomo agua sin parar. El agua elimina mis toxinas, sacude mis recuerdos y arranca las costras.

Los ruidos de chorros de agua se intensifican.

Josefina: Tengo la suerte de tener una excelente ducha, con chorro fuerte y agua bien fría, el agua fría es buena para la piel, te endurece los músculos y tonifica los nervios, también te ayuda a la buena circulación, impide que te salgan morados. Disimula las ojeras y levanta el ánimo, aplaca los malos pensamientos y los deseos de venganza. Los golpes duelen pero el agua limpia.
Oscuro

Escena veintiuno

Josefina está sentada en el tren, se le nota diferente, más fresca, más ligera. Se ha soltado el pelo y tiene una camisa de dormir. Entra Armenio, ahora viene vestido de predicador.

Armenio: El fin del mundo se acerca, salva tu alma hermano mío. El demonio, la carne, el deseo, rondan nuestros pensamientos. El pecado se encuentra justo ahí donde menos lo pensamos, para atacarnos con cara de ángel y alma de serpiente, se acerca el fin del mundo, solo Cristo salva, salva tu alma hermano mío.
Josefina: (Enfrentándolo) ¡Salva la tuya Armenio, y déjate de tanta pendejada!
Armenio: ¿Pero de que habla, hermana mía?
Josefina: (Le quita la Biblia ) ¡Ya basta Armenio, ya basta!
Armenio: ¡Déme mi Biblia! ¡Déme mi Biblia!
Josefina: ¡Hacé lo que vos querrás, pero no te la voy a dar!

El la persigue intentando quitarle la Biblia. Forcejean, la Biblia se va deshojando. Las hojas salen por las ventanas. Silencio. Los dos se asoman por la ventana. Se escucha una voz en off, “Ultima estación: Estación Pinos Nuevos”.

Armenio: Es la despedida, ¿cierto?
Josefina: Si, es la despedida. (Silencio) ¿Podrá bajarse sin volverse a subir?
Armenio: Al menos lo intentaré. Es la ventaja de los que no tenemos nada más que perder. ¿Y usted?
Josefina: ¿Yo? Yo estoy aquí.
Armenio: ¿Y eso es bueno?
Josefina: Creo que si. Yo estoy aquí, mi antigua vida esta allá. Al menos es un principio. (Josefina bosteza, se le nota con sueño).

Silencio.

Armenio: ¿Vio la oropéndola pasar?
Josefina: Si, Armenio, la estoy viendo… la estoy viendo…

La escena se va oscureciendo lentamente en la medida que escuchamos el bolero “Ay, amor, ya no me quieras tanto.”

CELCIT. Dramática Latinoamericana 307


CELCIT. Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral
Presidente: Juan Carlos Gené. Director: Carlos Ianni
Buenos Aires. Argentina. www.celcit.org.ar. e-mail: correo@celcit.org.ar

Un Duelo de Anton Chejov

UN DUELO

Anton Chejov


(Comedia en un acto)

PERSONAJES

ELENA IVANOVNA POPOVA: viuda de un terrateniente, joven, bella.

GREGORIO STEPANOVICH SMIRNOV: un terrateniente, de unos cuarenta, años.

LUCAS: un criado viejo.

La escena representa un salón en la casa de campo de la señora Popova.

Escena primera

(ELENA, de riguroso luto, contempla la fotografía de su marido y suspira.

LUCAS le habla desde el umbral de la puerta.)

LUCAS. -Señora, se está usted matando. No sea exagerada. Ha llegado la primavera, todo el mundo está alegre y se pasea por el campo y por el bosque. Sólo usted permanece encerrada en casa como en un convento. ¡Hace yo no sé el tiempo que no sale usted!

ELENA. -¡Y no saldré ya nunca! ¿Para qué? Mi vida se ha acabado. Él yace en la tumba, y yo voy a encerrarme entre las cuatro paredes de esta casa. Hemos muerto los dos.

LUCAS. -¡No diga usted eso! Si el señor ha muerto, tal ha sido la voluntad de Dios. Harto ha llorado usted, no va a llorar toda la vida. Es usted joven, casi no ha empezado aún a vivir... Es un crimen matarse así. Ha olvidado usted a sus amigos, a sus vecinos; no recibe a nadie... Esta casa parece una cárcel. En la ciudad, desde hace poco, hay un regimiento... Muchos de los oficiales son jóvenes y guapos como querubines... Los oficiales dan bailes... Y usted, mientras tanto, tan joven, tan hermosa... La hermosura es un don del cielo y hay que aprovecharla... Pasarán los años, y cuando quiera usted gustarles a los señores oficiales, será ya demasiado tarde...

ELENA. (Con violencia.)-¡Basta! ¡No vuelvas a hablarme de esas cosas! Desde la muerte de mi marido, la vida ha perdido para mí todo encanto. He jurado no quitarme el luto jamás y aislarme por completo del mundo. ¿Lo oyes? Su memoria será siempre sagrada para mí. Es verdad que a veces era injusto conmigo, hasta cruel...; que solía engañarme con otras; pero yo le seré fiel mientras viva. Desde el otro mundo verá que su esposa guarda celosamente el honor de su nombre...

LUCAS. -No creo que desde tan lejos... Señora, permítame que se lo diga: todo eso son fantasías. En vez de llorar y suspirar, debía usted dar un paseíto. Voy a decir que enganchen a Tobi...

ELENA. -¡Qué pena, Dios mío! (Llora.)

LUCAS. -¡Señora! ¿Qué le pasa?

ELENA. -¡Quería tanto a Tobi!... Era su caballo favorito. ¡Y qué bien lo guiaba! ¿Te acuerdas? ¡Pobrecito Tobi! Di que le aumenten el pienso. (Se oye un fuerte campanillazo.)

ELENA. (Estremeciéndose.)-¿Quién será? Ya sabes que no recibo a nadie.

LUCAS. -Bien. (Sale.)

ELENA. (Dirigiéndose a la fotografía.)-Verás, Nicolás, cómo sé amar... y perdonar. Mi amor no se apagará sino con mi vida, sino cuando mi corazón cese de latir. (Riendo al través de las lágrimas.) ¿No te da vergüenza, granuja? Yo me entierro entre cuatro paredes y te soy fiel, mientras que tú... me hacías traición, me dejabas sola semanas enteras... ¡Infame, infame!

LUCAS. (Entrando, desasosegado.)-Señora, un caballero pregunta por usted... Insiste...

ELENA. -¿Pero no te he dicho que no recibo a nadie?

LUCAS. -No me hace caso. Dice que es para un negocio muy urgente.

ELENA. -¡No re-ci-bo!

LUCAS. -No es un hombre, es una fiera. Casi me ha pegado. Se ha metido en el comedor.

ELENA. -¡Dios mío, qué mala crianza! Dile que pase. (Lucas sale.) ¿Qué querrá de mí? ¿Por qué turbará mi reposo? (Suspira.) No tengo más remedio que irme a un convento... (Pensativa.) Sí, a un convento...

Escena segunda

(ELENA, LUCAS y SMIRNOV.)

SMIRNOV. (Entrando, a LUCAS.)-¡Imbécil, borrico! ¡Si te atreves a decir una palabras más te rompo la cabeza! ¡Bribón! (Volviéndose a ELENA.) Señora, tengo el honor de presentarme: Gregorio Stepanovich Smirnov, antiguo oficial de artillería, labrador. Me veo forzado a molestar a usted para un asunto muy grave.

ELENA. (Sin tenderle la mano.)-¿En qué puedo servirle a usted?

SMIRNOV. -Su difunto marido, a quien tuve el honor de tratar, me debía mil doscientos rublos. Tengo pagarés suyos. Mañana he de abonar ciertos intereses al Banco, y le suplico a usted que me satisfaga esos mil doscientos rublos.

ELENA. -¿Mil doscientos rublos? ¿Y de qué debía a usted mi marido ese dinero?

SMIRNOV. -Me compró avena.

ELENA. (Suspirando, a LUCAS.)-No se te olvide que le den a Tobi más pienso. (A

SMIRNOV.) Si mi marido le debe a usted ese dinero se lo pagaré a usted, desde luego; pero, perdóneme, hoy no me es posible. Pasado mañana volverá de la ciudad mi administrador y le daré orden de que le pague a usted. Hoy no puedo. Además, hoy hace siete meses justos de la muerte de mi marido, y estoy de un humor que me impide atender a asuntos de dinero.

SMIRNOV. -Pues yo estoy aún de peor humor. Si mañana no pago me embargan. Me revientan, ¿comprende usted?

ELENA. -Pasado mañana recibirá usted su dinero.

SMIRNOV. -¡Lo necesito hoy, no pasado mañana!

ELENA. -Hoy no puedo pagarle a usted.

SMIRNOV. -Y yo no puedo esperar hasta pasado mañana.

ELENA. -Pero ¿no le digo a usted que no tengo dinero?

SMIRNOV. -¿Así es que no me pagará usted?

ELENA. -No.

SMIRNOV. -¿Es esa su última palabra?

ELENA. -Sí, mi última palabra.

SMIRNOV. -¿Definitivamente?

ELENA. -Definitivamente.

SMIRNOV. -¡Está bien! (Se encoge de hombros.) ¡Y aun se extrañan de que uno tenga los nervios de punta! ¡Vive Dios, si esto es para volverse loco, no ya para ponerse nervioso! Desde ayer mañana ando de ceca en meca por todo el distrito, buscando dinero. ¡He visitado a todos mis deudores, he llamado a todas las puertas, y nada! ¡Estoy rendido, casi sin comer, dado a todos los diablos! Llego aquí, tras un viaje de kilómetros, a pedir lo que se me debe, y en vez de pagarme, me dicen que no están de humor. ¡Esto ya es demasiado!

ELENA. -Ya le he dicho a usted que pasado mañana vendrá mi administrador...

SMIRNOV. -¡Pero con quien yo he de entenderme es con usted y no con su administrador! ¿Para qué demonios necesito yo a su administrador?

ELENA. -Perdón, caballero. No estoy acostumbrada a ese lenguaje ni a ese tono. No le escucho a usted más. (Sale rápidamente.)

SMIRNOV. -¡Tiene gracia! ¡Que el diablo se lleve a todas las mujeres con su maldito humor! ¡Hace siete meses de la muerte de su marido! ¿Y a mí qué? ¿Tengo que pagarle al Banco, o no? ¡Ah, señora mía, no estoy dispuesto a permitir que se me tome el pelo! Su marido de usted se ha muerto; usted está de un humor poético, soñador; pero a mí me tiene sin cuidado, me importa un comino. ¿Qué quiere usted que haga? ¿Que huya en aeroplano de mis acreedores? ¿Que me estrelle contra una pared? ¿Que me tire al río? ¡No, señora, no! ¡No soy tan bestia! Estoy hasta la coronilla. Llego a casa de un deudor, y ha salido; corro a casa de otro, y se esconde; el tercero me arma camorra; el cuarto tiene colerina; el quinto está borracho, y a esta viudita me la encuentro de un humor melancólico... ¡y ni un solo bribón me quiere pagar! ¡Ah, no, no puedo permitir que se me tome el pelo! ¡Hasta que me paguen no salgo de aquí! ¡Brrr..., la ira me ahoga! ¡Me va a dar una congestión! (Gritando desde la puerta.) ¡Muchacho!

LUCAS. (Entra, pintado el terror en los ojos.)-¿Qué manda el señor?

SMIRNOV. -Tráeme un vaso de agua... o, mejor, de sidra. ¡Y pronto, galopín! (LUCAS sale a toda prisa.) ¡Pero qué deliciosa lógica! Me amenaza la ruina, estoy desesperado, y esta criatura poética me manifiesta que está de un humor que le impide atender a asuntos de dinero. ¡Lógica de mujer! ¡Ah, las mujeres! ¡Qué lástima que Dios las haya dotado de la palabra! ¡Como hablan, se atreven a razonar! Esta viudita, por ejemplo, para mirada está muy bien, es guapa, graciosa, delicada; pero para oída... En cuanto empieza a hablar, dan ganas de huir a otro hemisferio. Por eso he evitado yo siempre hablar con mujeres. ¡Prefiero sentarme en un barril de dinamita!... ¡Esta criatura poética me ha sacado de quicio! ¡Endiabladas mujeres! Solo verlas de lejos me pone carne de gallina...

LUCAS. (Entrando con un vaso de agua.)-La señora está indispuesta y no recibe.

SMIRNOV. -¿Cómo? ¡Imbécil! No me importa que no reciba. No saldré de aquí mientras no me pague hasta el último céntimo. Estaré aquí semanas, meses, años, si es necesario. ¡No permitiré que se me tome el pelo! ¡A mí con humores melancólicos, con lutos y suspiros! (Se acerca a la ventana y grita) ¡Antón, desengancha! Vamos a estar aquí mucho tiempo. Di que les den avena a los caballos, ¡y bastante! (Vuelve al centro de la estancia.) No me siento bien... No he dormido en toda la noche, y esta mujercita, con su humor poético, ha hecho que se me suba la sangre a la cabeza. Acaso una copa de vodka... (Grita.) ¡Muchacho!

LUCAS. -¿Qué manda el señor?

SMIRNOV. -Tráeme una copita de vodka... ¡y date prisa! (LUCAS sale.) ¡Dios mío, qué cansado estoy! (Se mira al espejo.) ¡Y qué guapo! Cubierto de polvo, con las botas sucias, con la cara no mucho más limpia que las botas, con briznas de paja en la cabeza... Debo de haberle parecido un bandido a la viudita esta. (Bosteza.) No es muy correcto presentarse así en un salón; pero me tiene sin cuidado... No he venido aquí como galán, sino como acreedor. Puede pensar de mí lo que le dé la gana; me es com-ple-ta-men-te i-gual...

LUCAS. (Entra con una copa de vodka en una bandeja.) Permítame el señor que le diga que no tiene derecho...

SMIRNOV. -¿Qué?

LUCAS. -Nada... quería solamente...

SMIRNOV. -¿Te atreves a hablarme, idiota?... Si vuelves a abrir la boca...

(LUCAS, balbuceando, se retira.)

SMIRNOV. -¡Viejo imbécil! ¡Bribón! ¡Granuja! ¡Canalla! ¡Se atreve a hablarme! ¡Me ahoga la ira! Si me ciego, le rompo la crisma a quien se me ponga por delante. (Bebe. Luego grita. :) ¡Muchacho, otra copa!

Escena tercera

(SMIRNOV y ELENA.)

ELENA. -Caballero, en mi soledad, hace mucho tiempo que he perdido la costumbre de oír la voz humana, y no puedo sufrir que se grite. Le ruego a usted que no turbe mi calma, que respete el dolor de una viuda desconsolada.

SMIRNOV. -¡Págueme usted lo que me debe, y me voy!

ELENA. -Ya se lo he dicho a usted: ahora no puedo pagarle. Espere hasta pasado mañana.

SMIRNOV. -Yo también se lo he dicho a usted: ¡Necesito el dinero hoy y no pasado mañana! Si no me paga usted hoy, mañana tendré que suicidarme, lo cual quizá la regocije a usted, pero a mí no me hace maldita la gracia.

ELENA. -Pero ¿qué quiere usted que yo haga, si no tengo dinero? ¡Qué testarudez!

SMIRNOV. -Así es que, decididamente, no me paga usted hoy...

ELENA. -No puedo.

SMIRNOV. -Muy bien. No me muevo de aquí hasta que me pague usted. (Se sienta.) ¿No me paga usted hasta pasado mañana? Pues yo, hasta pasado mañana, estaré sentado en este sillón. (Levantándose bruscamente.) Dígame usted: ¿tengo que pagarle al Banco o no?

ELENA. -Señor, le ruego que no grite. ¡No está usted en una cuadra!

SMIRNOV. -Le hablo del Banco y ella me habla de la cuadra. ¡La lógica de las mujeres!

ELENA. -¡No sabe usted tratar con señoras!

SMIRNOV. -¡Qué he de saber! Es muy difícil. Prefiero encontrarme ante la boca de un cañón a encontrarme ante una mujer.

ELENA. -¡Es usted un mal educado, un grosero! Ninguna persona correcta se permitiría hablar en ese tono a una señora.

SMIRNOV. -¿Cómo demonios quiere usted que le hable? ¿En francés, ceceando? (Fuera de sí, empieza a cecear en francés.) Madame, je vous prie... permettez moi... avec le plus grand respect... Me es tan grato, señora, que no quiera usted pagarme mi dinero... Perdóneme que la haya molestado... Hace un día hermosísimo, ¿verdad, señora?... ¡El luto le sienta a usted muy bien, señora! Es usted encantadora, señora... (Saluda irónicamente.) ¿Es así como he de hablarle a usted?

ELENA. -¡Qué grosería y qué estupidez!

SMIRNOV. -¡Caramba! (Imitándola.) ¡Qué grosería y qué estupidez! ¡Me ha matado usted! ¿Qué hago yo ahora? (Cambiando de tono.) Se engaña usted, señora, si piensa que no sé tratar con mujeres. He conocido en mi vida más mujeres que gorriones ha visto usted, señora. He tenido tres duelos por mujeres; doce mujeres han sido abandonadas por mí; yo, a mi vez, he sido abandonado por nueve mujeres. ¡Gracias a Dios, no ignoro lo que es una mujer! ¡Sí, señora! Yo, en otro tiempo, era romántico, galante, enamorado; suspiraba, sufría, me pasaba noches enteras mirando a la Luna, como un idiota; recitaba versos amorosos, dedicaba sonetos a criaturas poéticas. Hablaba furiosa, apasionadamente; hablaba como un imbécil de la emancipación de la mujer; derrochaba mi patrimonio a los pies de ángeles con faldas; en fin, era el más imbécil de los idiotas. ¡Y ya no quiero más, gracias! ¡Ya no caeré más en el lazo tendido por manos poéticas! He pagado demasiado cara la experiencia. Los ojos negros, los labios de púrpura, los quedos coloquios de amor, las declaraciones a la luz de la Luna, son cosas ahora para mí por las que no daría ni un céntimo. No me refiero a las presentes; pero todas las mujeres, sin excepción, son coquetas, embusteras, maldicientes, vanas, ligeras, mezquinas, malignas, ambiciosas, egoístas. Su lógica es disparatada, y en cuanto a cacumen, el último de los gorriones está por encima de cualquier filósofa con faldas. Por fuera son todas ustedes criaturas encantadoras: tules, encajes, mil primores, mil atractivos, semidiosas; pero si miramos su alma, criaturas divinas, la de un cocodrilo no nos parecerá peor. (Aprieta con ambas manos rudamente el respaldo de la silla, que cruje.) Y lo que más me subleva es que se creen ustedes tiernas, sentimentales, capaces de amar de verdad...

ELENA. -Caballero, permítame...

SMIRNOV. -No, déjeme acabar. He sufrido lo que no es decible, por culpa de sus semejantes de usted, y sostengo que las mujeres; no son capaces de amar. Lo que llaman amor no es, en realidad, sino un engaño, una astucia de que se valen en su guerra contra los hombres, un timo. Mientras que el hombre sufre de veras y está dispuesto a todos los sacrificios, la mujer vierte lágrimas artificiales mirándose al espejo. Nos engaña, se ríe de nosotros. Usted, que es mujer -¡desgraciadamente para usted!-, dígame con franqueza si ha conocido alguna mujer sincera, fiel, constante. ¡No, no y no! Solo las feas y las viejas son fieles y constantes, porque no tienen más remedio. Es más fácil encontrar un gato con cuernos o un toro con seis patas que una mujer constante...

ELENA. -¿Y tendrá usted el valor de afirmar que los hombres lo son?

SMIRNOV. -¡Sí, señora! ¡Lo afirmo!

ELENA. (Con una risa amarga.)-¡Los hombres! ¿Afirma usted que los hombres son constantes en el amor? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué disparate! ¡El mejor de los hombres que he conocido era mi difunto marido! Yo le amaba apasionadamente, con toda mi alma, con una ternura desbordante. Le había entregado mi juventud, mi vida, mi fortuna; era para mí un Dios, ante quien me inclinaba religiosamente... Y, sin embargo... el mejor de los hombres me engañaba, de una manera vergonzosa, a cada paso. Después de su muerte he encontrado en los cajones de su mesa una porción de cartas de mujeres... Me dejaba semanas enteras sola en casa, les hacía delante de mí el amor a otras, derrochaba mi patrimonio, se burlaba de mi cariño. Y a pesar de todo, yo le amaba y le era fiel. Más aun: sigo siéndole fiel ahora, después de su muerte. Me he enterrado para toda la vida entre estas cuatro paredes, y no me quitaré nunca el luto.

SMIRNOV. (Con una risa desdeñosa.)-¡No me venga usted a mí con lutos! ¿Se cree usted que me chupo el dedo? Bien sé por qué se enluta usted y por qué se entierra entre cuatro paredes; ¡es eso tan poético, tan novelesco!... Un tenientillo o un imbécil poeta melenudo, al pasar por delante de su balcón de usted, se dirá: «Aquí vive una criatura poética que se ha enterrado en vida voluntariamente.» ¡Pero yo conozco esos trucos!

ELENA. (Encolerizada.)-¿Cómo se atreve usted a decirme esas cosas?

SMIRNOV. -Sí, señora. Se ha enterrado usted viva, y, no obstante, no se ha olvidado de vestirse con elegancia ni de ponerse polvos.

ELENA. -¡Basta! ¡No tiene usted derecho a hablarme así!

SMIRNOV. -¡No me chille usted, que no soy su criado! Soy dueño de decir lo que pienso. No soy una mujer para ocultar la verdad, y le ruego que no me chille.

ELENA. -¡Si el que chilla es usted! ¡Quítese de mi vista!

SMIRNOV. -Págueme mi dinero, y me iré.

ELENA. -¡No le pago a usted!

SMIRNOV. -¿No me ha de pagar?

ELENA. -¡Ni un céntimo! ¿Lo oye usted? Dentro de un año recibirá usted su dinero, ni un día antes. ¡Váyase de mi casa!

SMIRNOV. -Señora, no tengo el honor de ser su marido de usted, ni su novio, y le suplico que no me arme escándalos. (Se sienta.) No me gustan los escándalos.

ELENA. (Ahogándose de cólera)-¿Se ha sentado usted?

SMIRNOV. -Sí, señora.

ELENA. -Le ruego que se vaya.

SMIRNOV. -Venga mi dinero.

ELENA. -¡No quiero discutir con un mal criado! ¿Se marcha usted? (Pausa.) ¿Se marcha?

SMIRNOV. -¡No!

ELENA- -¿No?

SMIRNOV. -¡No!

ELENA. -¡Muy bien! (Toca el timbre. Entra LUCAS.) Lucas, acompaña a este señor a la puerta.

LUCAS. (Acercándose a SMIRNOV.)-Señor, tenga usted la bondad... La señora lo manda...

SMIRNOV. (Levantándose bruscamente.)-¡Cállate, granuja! ¡Te voy a romper la cara! ¡Te voy a hacer picadillo!

LUCAS. (Aterrorizado, retrocediendo.)-¡Dios mío, qué hombre! ¡Es un verdadero bandido!

ELENA. -¡Dacha! ¿Dónde está Dacha? (Toca el timbre.) ¡Pelaguella!

LUCAS. -No hay nadie. Están todos en el bosque, cogiendo setas...

ELENA. -¡Lárguese!

SMIRNOV. -¿Quiere usted ser más cortés, señora? ¡Tanto luto y tan poca finura!

ELENA. (Apretando furiosa los puños y taconeando con cólera.)-¡Es usted un tío, una fiera, un oso!

SMIRNOV. -¿Cómo? ¿Qué dice usted?

ELENA. -Digo que es usted una fiera, un oso.

SMIRNOV. -¡Perdón, señora! No tiene usted derecho a insultarme.

ELENA. -¡Y se atreve a pedirme explicaciones! ¿Se cree usted quizás que le tengo miedo?

SMIRNOV. -¿Y se cree usted que por ser una criatura poética tiene derecho a insultarme? ¡Se equivoca usted! ¡La desafío!

LUCAS. -¡Dios mío, qué horror!

SMIRNOV. -¡Vamos a batirnos!

ELENA. -¿Piensa usted que me va a asustar con su fuerza y su cuello de buey? ¡Fiera! ¡Oso!

SMIRNOV. -¡A batirnos! No le permito a nadie que me insulte, y me importa un bledo que sea usted una mujer, una criatura poética.

ELENA. (Queriendo interrumpirle.)-¡Oso! ¡Oso! ¡Oso!

SMIRNOV. -Es un estúpido prejuicio el que sólo los hombres deban responder de sus insultos, y hay que acabar con él. Puesto que la mujer quiere tener los mismos derechos que el hombre, debe tener también las mismas obligaciones. ¡A batirnos!

ELENA -¿Quiere usted un duelo? ¡Aceptado!

SMIRNOV. -¡En seguida!

ELENA. -Sí, al punto. Mi marido dejó pistolas. Voy por ellas... (Sale presurosa, pero vuelve en seguida y se asoma a la puerta.) ¡Con qué placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted! (Se va.)

LUCAS. (De rodillas.)-¡Señor, tenga usted piedad de nosotros! Esa pobre mujer... un duelo... pistolas...

SMIRNOV. (Sin escucharle.)-¡Esta es la verdadera emancipación de la mujer, la verdadera igualdad de los sexos! ¡Quiero matarla nada más que para dar principio de una manera seria a la emancipación femenina!... (Pausa.) ¡Pero, demonio, qué mujer! (Imitando a Elena.) « ¡Con que placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted!» ¡Es magnífica la mujercita! ¡Y qué colorada se pone y cómo le brillan los ojos! ¡Y acepta el duelo! ¡Palabra de honor, en mi vida he visto una mujer así!

LUCAS. -¡Señor, se lo suplico, váyase! ¡Yo rogaré a Dios eternamente por usted!

SMIRNOV. (Sin hacerle caso.)-¡Canastos, que mujer! ¡Una mujer de veras, no un manojo de nervios perfumado, empolvado! ¡Fuego, dinamita, temperamento! ¡Sería una lástima matarla!

LUCAS. (Llorando.)-¡Señor, se lo ruego!...

SMIRNOV. -¡Decididamente, me gusta esta mujer! Es una cosa... (Hace gestos vagos.) Estoy dispuesto hasta a perdonarle la deuda... ¡Es una mujer admirable, canastos!

Escena cuarta

(ELENA, SMIRNOV y LUCAS.)

ELENA. (Entra con dos pistolas.)-Aquí están las pistolas... Pero antes de batirnos, haga usted el favor de enseñarme a usarlas. No he tenido nunca una pistola en la mano.

LUCAS. -¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Van a matarse de verdad! Corro a buscar al jardinero y al cochero... (Sale.)

SMIRNOV. (Examina las pistolas.)-Mire usted, señora... hay varias clases de pistolas. Las hay especiales para duelos..., de triple extracción, con un extractor, ¡magníficas! Lo menos cuestan veinte rublos... La pistola hay que cogerla así... (Aparte.) ¡Qué ojos! ¡Dios mío, qué ojos! Tan de fuego es la condenada, que puede provocar un incendio...

ELENA. -¿Así? (Coge la pistola.)

SMIRNOV. -Sí, eso es... Después se hace así.... más estirado el brazo... Apunta usted..., aprieta luego con el dedo esta piececita... Y se acabó. Eche usted un poco hacia atrás la cabeza... Así... Sobre todo, tenga usted calma, no se ponga nerviosa, no se precipite... Apúnteme al pecho... ¡Ah, se me olvidaba que quería usted alojarme la bala en la cabeza!... Bueno, apúnteme usted a la cabeza... un poco más abajo... así...

ELENA. -Bueno, ya sé. Pero no vamos a batirnos aquí. Vamos al jardín.

SMIRNOV. -Vamos; pero le advierto a usted que yo tiraré al aire.

ELENA. -¡Cómo! ¡De ningún modo! ¿Por qué?

SMIRNOV. -Porque..., porque..., en fin, es cuenta mía.

ELENA. -¡Tiene usted miedo, sencillamente! ¿Verdad? ¡Pero no se me escapará usted! ¡Al jardín! ¡Al jardín! No estaré tranquila hasta que le haya alojado una bala en la cabeza... ¡En esa cabeza que detesto! ¿Conque tiene usted ahora miedo?

SMIRNOV. -Sí, tengo miedo.

ELENA. -¡Mentira! ¿Por qué no quiere usted batirse?

SMIRNOV. -Porque... porque... me gusta usted.

ELENA. (Con risa sarcástica.)-¡Ja, ja, ja! ¡Le gusto! ¡Y se atreve a decirlo! (Señalando a la puerta.) ¡Ande!

(SMIRNOV deja la pistola sobre la mesa, coge el sombrero y se dirige a la puerta. Ambos se miran un instante en silencio.)

SMIRNOV. (Acercándose a ella vacilante.)-Oiga usted... ¿Está usted enfadada aún?... Yo también estoy hecho un demonio; pero... no sé cómo decirle a usted... es una cosa tan estúpida, que... (Empieza a gritar.) ¡Caracoles! ¿Qué culpa tengo yo de que usted me guste? (Aprieta con ambas manos rudamente el respaldo de la silla, que cruje.) ¡Qué sillas más flojas!... ¡Pues bien, sí, me gusta usted! Estoy casi... casi enamorado...

ELENA. -¡Váyase usted! ¡Le odio!

SMIRNOV. -¡Santo Dios, qué mujer! ¡No he visto nada parecido! ¡Estoy perdido sin remedio! ¡He caído en el lazo tendido por esta criatura poética!... ¡Qué idiota soy!

ELENA. -¡Váyase usted, o tiro!

SMIRNOV. -¡Tire usted! ¡Qué delicia morir bajo la mirada de esos ojos! ¡Qué placer ser herido por una bala disparada por esas manos adorables!... ¡Decididamente, me vuelvo loco! ¿Quiere usted ser mi mujer? Piénselo y contésteme. Si no, me voy y no nos volvemos a ver. Contésteme. Soy un caballero, tengo diez mil rublos de renta, magníficos caballos, un pulso soberbio como tirador... ¿Quiere usted ser mi mujer?

ELENA. (Indignada, agita la pistola.)-¡No, no, vamos a batirnos! ¡Al jardín, al jardín!

SMIRNOV. -¡Me vuelvo loco! ¡Soy un idiota!

ELENA. -¡Vamos a batirnos!

SMIRNOV. -¡Sí, estoy loco! ¡Me he enamorado como un colegial, como un poeta! (Le coge la mano a Elena, que lanza un grito de dolor.) ¡La amo a usted! (Cae de rodillas ante ella.) ¡La amo a usted como no he amado nunca! ¡He abandonado a doce mujeres, nueve mujeres me han abandonado a mí; pero a ninguna de las veintiuna la he amado como a usted! Heme, de pronto, convertido en un hombre sentimental, romántico, poético... en un imbécil... Como un tonto, de hinojos a sus plantas de usted, le pido la mano. ¡Qué vergüenza, Dios mío! ¡No me lo perdonaré nunca! Hacía cinco años que no me enamoraba, y de pronto... Diga usted: ¿sí?, o ¿no? ¿No quiere usted? ¡Qué vamos a hacerle! (Se dirige rápidamente a la puerta.)

ELENA. -Espere usted...

SMIRNOV. (Deteniéndose.)-¿Qué?

ELENA. -Nada. Váyase... o no, espere... ¡No, no, váyase! Le detesto... Oiga, oiga... ¡Si supiera qué furiosa estoy! (Tira la pistola sobre la mesa.) ¿Qué hace usted ahí aún? ¡Váyase!

SMIRNOV. -¡Adiós!

ELENA. -Sí, sí, váyase. Escuche... No, no, no quiero verle más... ¡Estoy furiosa! ¡No se acerque a mí!

SMIRNOV. (Acercándose a ella.)-¡Soy un idiota! ¡Estoy conduciéndome como un colegial! (Groseramente.) Oiga, señora: ¡la amo a usted, qué demonios! Mañana he de pagar al Banco, las faenas del campo me esperan, y me enamoro de repente como un tonto... (La coge por el talle.)

ELENA. -¡Las manos, quietas! ¡Le detesto a usted! ¡Le detesto! ¡A batir...! (Un beso le cierra la boca.)

(En este momento aparecen en la puerta LUCAS, el jardinero, el cochero, la cocinera, asustadísimos y armados de pértigas, azadas y garrotes. Al ver a la señora Popova en los brazos de Smirnov, detiénense, llenos de asombro.)

ELENA IVANOVNA. (Volviéndose hacia ellos, sonriente y confusa)-Retiraos, amigos míos... Ya no os necesito... Este señor y yo nos hemos entendido. (Telón.)

FIN